Generalmente, no me gusta hablar de mí o, más bien, no me gusta usar mi experiencia personal como neurodivergente para hacer generalidades sobre caracterología de las neurodivergencias o dudar de identificaciones ajenas, porque no se parecen o actúan como yo. “No me gusta lavarme el pelo los domingos, #soyneurodivergente”, “¿será realmente autista o solo será una persona muy tímida?”, entre otras frases que me ha tocado escuchar y leer.
Cuando creo contenido, si bien, siempre está mi punto de vista detrás y, en alguna que otra ocasión, menciono mi experiencia como persona autista en situación de discapacidad para exponer algún punto (Spoiler Alert: está es una de esas ocasiones, jeje). Trato de que siempre sea en función de lo que quiero comunicar y así evitar la desinformación que muchas veces abunda en las redes sociales.
Es curioso que hoy en día me dedique al mundo de las palabras: soy guionista de TV y ahora me dedico a la investigación científica en discapacidad y neurodivergencias, aparte de escribir mensualmente esta columna. Y digo que es curioso, porque no fue así toda mi vida, para les que me conocen, sabrán que fui una infancia “no hablante” hasta los 7 años. Si, no hablaba ni tenía -según decían les profesionales de la salud de la época- “intención comunicativa”, pues no señalaba, solo gemía y no daba ningún indicio (distinguibles para y por estes profesionales) de querer comunicar lo que quería. Entonces, cuando llegaban estos juicios sobre mí a mis padres, ellos no podían entenderlo. Para ellos era bastante clara mi “intención comunicativa”, podían distinguir cuando quería un juguete, cuando me sentía mal o cuando quería la sal en la mesa. No era necesario que apuntara o que se los dijera con palabras.
Eso me hizo entender, ya habiendo desarrollado el lenguaje oral, que lo que les profesionales llamaban “intención comunicativa”, era más bien su propia “expectativa comunicativa”. Existe una aspiración de lo que es o cómo debería ser la comunicación de una persona. Todes deberíamos comunicarnos a través del acto motor de la oralidad y cualquier forma alternativa de comunicación, es considerada de “segunda categoría” o “complementaria”, pero nunca se ve como una forma legítima de comunicación. Nos pasa a las personas con discapacidad, especialmente a la comunidad sorda y la lengua de señas, que ha tenido que luchar incansablemente por el reconocimiento ante la Ley y su enseñanza de forma general, pero también la validez de la comunicación alternativa aumentativa.
Es importante reconocer y validar los actos comunicativos, aunque no sean los tradicionales o los que esperamos. La comunicación es multimodal y bidireccional, la responsabilidad es de ambas partes: quien codifica el mensaje y su receptor, cuando asumimos que no existe “intención comunicativa”, estamos despojando de derechos a las personas que no están siendo comprendidas por un sistema que solo aprecia la comunicación tradicional. Silenciando sus voces.