El 25 de mayo, en el webinar “Rol de la Ley TEA (de autismo) en el marco normativo vigente” del Mineduc, se habló de un significativo incremento en los últimos 8 años en la matrícula nacional de estudiantes autistas en el Programa de Integración Escolar, PIE.
En el 2015 se registraban 3.721 estudiantes autistas, mientras que en el 2023 la cifra se elevó a 43.428 estudiantes. Es un incremento de más del 1.000% y, aun así, es una cifra conservadora considerando que no todas las personas tienen acceso a la identificación formal ni existe un trabajo intersectorial de concienciación sobre el autismo.
Si exploramos las cifras oficiales, la OMS calcula que en el mundo 1 de cada 100 niñas, niños y adolescentes es autista. Según National Health Stadistics Reports (2012) el 2% de la población es autista y los últimos estudios dicen que la proporción de mujeres y hombres autistas es de 1 a 1.
En Chile, según el primer estudio de estimación de prevalencia de autismo que se hizo en el 2021, se estima que 1 de cada 51 niñas, niños y adolescentes chilenas son autistas. Esto sin contemplar a personas mayores, adolescencias y adultes autistas, como yo, que sin duda alguna, robustecerían significativamente estas cifras.
Todo esto ha gatillado una serie de conversaciones al respecto, entre ellas nos encontramos con un término, relativamente nuevo y desconocido, que ha sido cada vez más socializado: “Neurodiversidad”, está en la boca de todo el mundo, incluso en muchos espacios públicos y, más recientemente, en nuestra legislación.
Pero, ¿estamos hablando todes de lo mismo?
La verdad es que la Neurodiversidad es un hecho biológico; no es una perspectiva, ni un enfoque, ni un paradigma, ni una posición política, ni una creencia. Son las variaciones infinitas en el funcionamiento neurocognitivo dentro de nuestra especie y contempla tanto el desarrollo típico como el divergente.
Como dice muy bien la investigadora autista, Nick Walker: “Ningún ser humano está fuera del espectro de la neurodiversidad, al igual que ningún ser humano queda fuera del espectro de la diversidad racial, étnica y cultural”.
Entonces, hablar de espacios para la “neurodiversidad”, es decir espacios para TODO EL MUNDO. Las personas, en su totalidad, somos neurodiversas. Nuestro procesamiento de información es neurodiverso, pero distinguir a las personas autistas como “distintas” a la neuronorma, utilizando el término “neurodiverso”, es un error. Somos neurodivergentes.
Existen dos tipos de funcionamiento neurocognitivo. Por una parte está el desarrollo típico, que es aproximadamente el 85% de la población y, lo más probable, que también la mayor parte de las personas que están leyendo esta columna. Y están las personas, como yo, que presentamos un funcionamiento neurocognitivo divergente y representamos al 15% de la población, según estimados.
A esos dos neurotipos, los conocemos como desarrollo “neurotípico” y “neurodivergente”, respectivamente. Entonces, las personas neurotípicas y las neurodivergentes son parte de la neurodiversidad.